En un archipiélago como Canarias con su rica herencia marítima, donde la navegación ha sido parte esencial de la vida de sus habitantes y el mar un compañero inseparable, nos encontramos, en el siglo XXI, ante un dilema que desafía la esencia misma de nuestra relación con el mar que tanto nos define, encontrando el punto de inflexión en las viejas costumbres y las innovaciones tecnológicas.
Antaño, cada viaje solía ser una oportunidad para experimentar la pausada y contemplativa travesía. La comunicación a bordo era un diálogo humano, un intercambio de historias y experiencias con otros pasajeros, ocasión para conocer a extraños, sumergirse en conversaciones enriquecedoras y descubrir el entorno marino que nos rodea, presentándose éste como una de las esencias de la vida marítima.
Sin embargo, en la era digital, las tecnologías de navegación han transformado radicalmente la forma en que interactuamos con el mar. Las herramientas modernas, como GPS, sistemas de comunicación satelital y la modernización de las flotas, han reducido los vínculos de la tradición en la navegación. Estos avances tecnológicos han brindado una mayor seguridad y precisión, acelerando y acortando el tiempo que permanecemos en los trayectos entre islas, dejando atrás las travesías pausadas que nos privan de experiencias únicas, como sentir el vaivén del barco impulsado por las olas, la lucha contra el desequilibrio, la contemplación de la inmensidad del mar, los perfiles que se destapan como cuadros diluidos del destino inmediato, la conexión profunda con la naturaleza y la aventura. El océano, pues, se convierte en mero trasfondo en lugar de protagonista.